Crónica desde San Vicente
– ¿Me podría contar qué pasó?
– Mire, pues el caso es que estaba yo en la cocina pelando habas al fresco de la ventana, sentadita en mi silla, cuchillo en mano, cuando sentí un ruido muy fuerte que zumbaba y me revolvía. ¿Sabe? Como una abeja, pero mucho más fuerte. Y luego un choque que me hizo dar un brinco que se me cayeron las habas rodando por el suelo. Me asomé a la ventana y vi que la Victorina también se había asomado, y la dije “Victorina, ¿has oído eso? ¿Qué ha sido?” y ella tampoco sabía. Así que salimos las dos y bajamos las escaleras bien ligeras, y ella me decía “Yo creo que deberíamos avisar en la estación” porque nuestros maridos estaban todavía trabajando. Pero vimos un humo que subía del huerto de mi marido y para allí que me fui. Y la Victorina me decía “Qué, ¿qué pasa? ¿Ves algo?” y al llegar a donde estaba el humo la digo “¡Ay coño, pues si ha caído algo del cielo!”. Y ella corriendo hacía mí, pero con miedo a acercarse, me gritaba que lo dejara y que fuéramos a avisar a la estación. Pero es que esa cosa estaba donde teníamos plantadas las judías verdes y, como había un humillo, pues me fui a por el barreño, lo llené de agua y lo eché por encima, no fuera a ser que prendiera fuego. Luego nos dijeron que no deberíamos haberlo tocado, que ya ve usted, que yo solo le eché un poco de agua fresca por encima. Y entonces fuimos a la estación a dar el aviso y el Prudencio dijo que debía ser un meteorito, que yo ni sé lo que era eso, pero parecía importante porque todos los hombres vinieron a verlo. Mi Severino decía “¡Hay que sacarlo de aquí!” porque para mi marido su huerto es su vida. Y porque claro, nos da de comer todo el año. Así que los hombres decidieron desenterrarlo un poco para moverlo y sacarlo con la carretilla, pero ahí ya llegó el alcalde porque al parecer alguien lo había avisado.
– Y cuando llegaron los científicos, ¿qué dijeron?
– Ay, pues los científicos no llegaron hasta el siguiente día. El alcalde nos había ordenado no acercarnos a los huertos mientras tanto. Que ya ve qué pena, que se nos van a secar los tomates con esta calor. Mi Severino bajó a hablar con ellos en cuanto llegaron y, al saber que era nuestro huerto y que habíamos estado cerca de esa cosa extraña, nos quisieron hacer unos estudios. Así que vinieron a la casa y esperaron a que vinieran las niñas del colegio y todo. Nos hicieron una revisión, fueron muy amables y dijeron que todo estaba bien. La Victorina me pidió por favor que no hablara nada de ella, pero luego bien que se pasó todo el día en la ventana chismeando y llamándome por el patio. Estaba convencida de que buscaban extraterrestres. “¡Qué van a haber extraterrestres! ¿No ves que esa cosa es demasiado pequeña?“ la dije. Luego tratamos de ir a recoger la siembra, pero tampoco nos dejaron. ¡Ay, mis judías! Los pájaros ya picaban entre las ramas mientras los científicos estaban ahí simplemente alrededor de esa cosa con sus trajes especiales y sus cachivaches.
– Muchas gracias por su testimonio.
– ¿Me podría contar qué pasó?
– San Vicente es un pueblo apacible y sus lugareños son obreros afanosos. Por tal motivo a todos nos alarmó el fuerte estruendo del martes por la mañana, dado que en un día normal los pequeños están en el colegio, los hombres trabajando y las mujeres hacendosas en sus casas. A mí el acontecimiento me encontró en el despacho del ayuntamiento, terminando de redactar unos documentos. Cuando salí a la calle, muchas personas trataban de buscar alguna respuesta en su alcalde, como es de recibo. Sin embargo, yo me hallaba francamente igual de aturdido y temeroso que ellos. Unas mujeres dijeron que desde sus ventanas veían algo de movimiento en la zona más cercana a la estación de tren, así que tuve a bien aproximarme para comprobarlo. Conforme me acercaba, comencé a divisar algo de humo que parecía provenir de la zona ajardinada del edificio de los obreros de la estación. Tan solo deseaba que no hubiese nadie herido. Al aproximarme, me encontré a las familias ya reunidas en torno a los huertos. En concreto uno de ellos, el del señor Severino y su esposa. Resultó que algunos hombres estaban trabajando la tierra, cosa que me extrañó. Conforme llegaba hacia ellos algunas manos me agarraban del brazo y me decían “Alcalde, ¡ha caído un meteorito!”. Eso me sorprendió enormemente. Pero en efecto, ahí estaba, entre las matas del huerto, parcialmente enterrado. Por supuesto tuve que ordenarles que se alejaran, a lo que algunos de los ferroviarios se negaban porque querían ayudar a Severino a sacarlo. No se lo pude permitir. En seguida regresé al ayuntamiento para ponerme en contacto con el mandatario provincial y eso fue todo por mi parte.
– Y cuando llegaron los científicos, ¿qué dijeron?
– Pues verá, lo cierto es que preferimos ser reservados en este tema. No por nada en particular, pero es importante que estas personas puedan trabajar de forma sosegada y sacar sus conclusiones. Cuando tengamos información específica, por supuesto se publicará un bando para informar debidamente. Pero, por ahora, solo puedo adelantarles que los científicos están estudiando el suceso para conocer su procedencia y discernir si conlleva algún riesgo para los obreros ferroviarios que viven allí mismo. Y de momento los estudios son esperanzadores, no se ha encontrado nada que pueda entrañar peligro alguno para estas personas o cualquiera de nosotros. Por consiguiente, me gustaría destacar que desde el ayuntamiento estamos promoviendo las gestiones adecuadas para poder exponer este meteorito en nuestra sala mayor, junto con un reportaje fotográfico de este extraordinario acontecimiento. Creemos que despertará mucha expectación no solo en nuestra región sino también por todo el país.
– Muchas gracias por su testimonio.