Estaba muy nerviosa ya que nuestro anterior encuentro no había ido nada bien. Tengo que reconocer que me perdieron las formas, el miedo desató una furia instintiva dentro de mí. Me sentía muy indefensa, aunque él ni siquiera pudiera alcanzarme, pero yo tampoco podía escapar y alardear de mis ágiles movimientos y eso me desquiciaba. Esta vez, sorprendentemente, mi ama abrió la puertecilla y por primera vez me encontré en un pasillo largo, todo para mí. Saqué el hocico, husmeé. ¡Se respiraba aire fresco! Mis patas echaron a correr y me sentí muy feliz. Y, de repente, ahí estaba él, mirándome con sus grandes ojos ocres. Frené en seco y arqueé la espalda.

– No te tengo miedo – le dije, acompañando mi gesto con una mirada tensa y altiva. Parecía que me oía, pero no reaccionaba – Soy muy veloz y ágil.

– Muy bien – dijo él, como despreocupado. Seguramente estaba disimulando.

– ¿Te vas a quedar ahí parado? – Caminé lentamente de lado y blandí mi cola.

– Aquí es donde estaba cuando llegaste. Esta es mi casa.

– Bueno, a mí también me han traído aquí.

– Puedes quedarte en la habitación en la que estabas, yo no la uso. – Se relajó levemente, pero se mantuvo erguido, apoyándose en sus patas delanteras. Aproveché para acercarme un poco.

– Hueles a humano – le dije, con algo de pánico.

– Uso las cosas de los humanos. Tienen unas superficies blanditas y suaves, perfectas para dormir la siesta. Te estás acercando demasiado – dijo, dando un paso atrás y bajando la cabeza.

– No me fio de ti. No me fio de los amigos de los humanos. – Le bufé y él adelantó su pata derecha.

– Soy más grande que tú. Tienes las de perder.

– Y yo soy más ágil, ya te lo he dicho. No me vas a coger. – Y me lancé hacia el pasillo galopando. Él se apresuró, pero a medio camino simplemente frenó.

– Bueno, voy a beber algo de agua. No te acerques por aquí.

Desapareció de mi vista por una puerta. Me aventuré a seguirle, guiándome por los ruidos. Entré en otro lugar extraño. En esta casa desde luego había muchos rincones desconocidos para mí.

– ¿Qué haces? Te dije que no me siguieras – me dijo, mientras bebía.

– Esta casa es muy grande, ¿no? ¿Ya la has explorado?

– Ya te he dicho que yo vivo aquí.

– ¿Y la conoces entera? ¿Hay muchos humanos?

– No, solo una – dijo, mientras se lamía una pata. – A veces alguno más.

Eso no me gustaba. Él había terminado de beber y me observaba con sus grandes ojos. Me intimidaba un poco, pero me di cuenta de que no parecía enojado, solo asqueado. Echó a andar muy despacio, desplegando su torpe elegancia y mostrando su gran cuerpo. Le seguí de nuevo y llegamos donde nos habíamos encontrado por primera vez.

– Y aquí ¿qué se caza?

– ¿Cazar? – Me miró extrañadísimo.

– Sí, para comer. No veo vegetación. ¿Hay ratones?

– Aquí no se caza, aquí tenemos comida. – Sonrió levemente, como con sorna. – La humana nos trae comida. Normalmente una vez al día, pero si tienes hambre vas a la humana y le pides más. A veces tienes que ser muy insistente, dejarte acariciar un poco suele funcionar.

– ¿Acariciar? – Me entró pánico. Solo de pensarlo ya se me erizaba el pelo de la espalda.

– Bueno, también puedes gritarle, solo que dejarte acariciar es más efectivo.

Eso me puso algo nerviosa. Le observé y pensé que podía ser mi aliado para conseguir comida. Después de todo, no se estaba portando nada mal conmigo. Parecía simplemente no muy interesado en mí.

– Me gustas, gato. Creo que podremos entendernos.

– Bueno, ahora déjame dormir. – Se acostó al sol. – Ve a tu habitación y no hagas ruido.

– Claro. ¡Hasta luego!

Ni siquiera me contestó. Entornó los ojos y le dejé en paz. Me di cuenta de que la humana nos espiaba desde el pasillo. Estaba empezando a acostumbrarme a ella porque no me molestaba mucho. Si todo iba a seguir así, creo que podría ser feliz en esta casa. Gato lo parecía. Fui a mi habitación a mirar por la ventana. Ojalá viera algún pájaro.