La decisión
Ya había terminado de hacer todas las llamadas pendientes, por fin podía relajarse. Las maletas de Jorge preparadas frente a la puerta le observaban. No pudo soportarlo, así que decidió coger la silla y marcharse a la terraza. Al fin podía simplemente contemplar el mar, y todavía le quedaba por disfrutar de media copa de vino.
Aunque en realidad todavía le quedaban un par de temas que resolver, los más difíciles. Era tarde y estaba agotada mentalmente. O más bien derrotada. Estaba tan triste que no sentía nada, tan solo la presión en su pecho. Tenía miedo de la noche, sabía que no podría dormir. Su cabeza era un popurrí de escenas de las últimas horas, de emails y anotaciones en la libreta, de ropa sucia, de calor, de gritos, de ruido de puertas batiéndose y de cremalleras cerrándose, de lágrimas en el baño, de esa luna casi llena que había hoy sobre el mar. De tantas frases no dichas. De todo aquello que hubiera podido ser y que ahora ya no tenía sentido. Tanta prisa. Tantas obligaciones. Tanto luchar. Quizá por lo equivocado.
Tenía que centrarse y solo tenía una madrugada muy triste. Pero si una cosa le había enseñado la vida es que más le valía aprovechar el tiempo. Una vez has perdido, hay que levantarse antes de volver a caer. No podía dejarse llevar por la marea. Debía coger las riendas y luchar por aquello que le quedaba, aquello que podía ayudarle precisamente a seguir adelante para muy pronto poder disfrutar otra vez de la vida. No era ni la única ni la última vez que se había quedado sola y, sin embargo, se había mantenido fuerte. La vida estaba llena de contrastes y a veces sentía como si viajara por las olas del mar. Desde luego en las últimas semanas se había mantenido navegando en un océano de miedos del que no había sabido escapar. Si hubiera tomado al menos algún rumbo… Si hubiera habido alguna simple mirada, una caricia… ¡Un abrazo! Estaba terminando ya su copa y la luna se había alzado en el cielo. Tenía algo de frío. Solía tener frío cuando estaba triste y sola.
Debería decir que sí. Le mantendría ocupada, muy ocupada. El dinero era un problema, pero nada que no pudiera solucionar. Solo tenía que dejar atrás sus miedos y lanzarse a por ello. Arriesgarse. Arriesgarlo todo. Era eso para lo que había dejado su vida anterior, su anterior carrera, todo aquello que le aburría y le hacía infeliz. Si se centraba en los momentos en los que había estado más satisfecha y contenta de sus decisiones y del camino tomado, si pensaba en sus valores y la idea de vida que había construido tan pacientemente los últimos dos años, no debía echarse atrás. Siempre había obstáculos en el camino y no podía ser que se tomaran como excusa. Esta vez no.
Se levantó y dejó la copa en el fregadero. Encendió la luz de su mesa de trabajo aceptando que aquella noche iba a ser larga. Volvió a mirar las maletas de Jorge durante varios segundos respirando tranquilamente, también aceptando que mañana ya no estarían ahí. Se sentó, dispuesta a preparar el borrador del proyecto con el que iría al banco a pedir el préstamo gracias al cual podría rechazar la oferta de la empresa con la que había estado negociando para ser socios. No había llegado hasta aquí para tener que discutir cada maldito punto de sus proyectos. Iban a ser sus proyectos, llevarían su nombre. Era esto para lo que había luchado tanto.
Tenía que cambiar su fondo de pantalla, no quería tener que recordar las últimas vacaciones con Jorge. Eso le hizo sentir que le apetecía también escribir una carta, aunque nunca fuera a ser leída. Tenía varias horas por delante, había tiempo para todo. Debía vaciar para volver a llenar. Aún necesitaba sacar algunas lágrimas más, pero en la calma que le daba el silencio de la noche, donde nadie te observa ni te juzga ni te puede perturbar.